sábado, 30 de agosto de 2008

Causaleidad

Escribiendo las líneas finales que condenan toda historia.
Nada más puede desilusionarme si el final ya lo se.

martes, 26 de agosto de 2008

Entre vos y yo.


Un vestido de seda, que arrastro medio camino. Diminutas rosas, esparcidas con delicadeza, bordadas, y emanando ese aroma tan típico de la primavera que llega primero a tu balcón en la primera brisa cálida añorada desde que julio atentó con días helados. Me miro y me sonrío, estoy dispuesta a acompañarme hasta la puerta de casa. Pero voy a quedarme afuera y voy a entrar sin notarlo. Me susurro calma, me evito convencerme de que estoy enloqueciendo. Solo hablo conmigo misma, solo me especulo, distinta, tranquila, enamorada, feliz, sana. Camino despacio, y el dolor punzante que desde ayer se inserta en la zona lumbar de la espalda, me obliga a detenerme de pronto. Quiero llorar de bronca, de que las cosas no salgan bien. Pero ahgi me veo otra vez, girando en ese vestido de seda con una corona de jazmines aromatizando mi pelo, y con una sonrisa al cielo, convencida de que todo va a salir bien. Cambio la posición de la mochila, que a metros de casa ya me resulta tortuoso cargarla, y saco las llaves maniobrando una posición adecuada a estructurar mi columna provisoriamente evitando lo máximo posible no sentir dolor. Lo consigo, y me encuentro con el último y más mejorado obstáculo: las escaleras del hall de la entrada a mi edificio. Recuerdo a tiempo la plataforma para subir y bajar cualquier objeto de ruedas y me precipito a ella. El resto es pan comido, alabanzas al creador del ascensor. Me persigo y me enfrento a mi rostro sonriente apollado en la puerta corrediza del transportador vertical más comodo inventado en la historia. La tranquilidad me supera, intento contagiarme de ella, pero algo en su mirada perdida, me dice que en cualquier momento no voy a volver a verla. Bajo del ascensor siguiendo esa silueta, que se detiene en la oscuridad jugando con las notas predecibles de una canción que me se de memoria. Yo te inventé, yo te destruyo. Se esconde a la vuelta del pasillo, en ese rincón oscuro entre el departamento D y E. Se que vas a asustarme y no pretendo finjir sorpresa. Prendo la luz, y ahi estás, agachada acariciando ese gato que se coló un par de veces en casa, como si el gato pudiese ver lo que imagino, materializando una ilusión, maúlla. Me sonreís, y me susurras: empezá a hacer las cosas bien. Tu vestido de seda blanco, mi vestido, comienza a elevarse del suelo con una brisa cálida que entra al pasillo al abrir la puerta de casa. Despacio, te destruyo. Y la ropa de gimnasia comienza a estrujarme, me asfixia, y el dolor vuelve. Ya van tres pastillas al día, siento que hacen inmune el efecto una de otra. Porque el dolor no cesa. Me acuesto en el sillón, a mirar Conan.

domingo, 24 de agosto de 2008

lunes, 4 de agosto de 2008

Out loud to anyone VI: La última rara casualidad.

Dispersa y con frío. Medio dormida y escuchando Calamaro. Decidí distraerme siendo la autoelegida de las 4 para ver si llegaba el bondi. Me crucé de piernas y mirando fijamente un sector de mis mediasde nylon enganchadas maldecí el instante en que decidí salir a bailar en minifalda. Volvi la mirada hacia la Maipú. No había ningún colectivo que asemejase su número al del 71. Miré hacia la parada opuesta en la otra vereda, frente al Disco. Un grupo de flacos también esperaba el bondi. Las chicas no paraban de hablar sobre algo totalmente incomprensible para mis oídos entre murmullos y un "primero, te quiero igual" de Andrés.Me fijé nuevamente y ahí venía el 71... pero no, era el que agarraba por otro lado, le avisé a las chicas que ese no era y seguí mirando hacia lo lejos. Retomé escenas fraccionadas de la noche. Y pensé para mi misma lo bien que la había pasado, y que bien que Lucio bailaba. Me reí hacia mis adentros y se me vino la porción de "y como deshacerme de ti, si no te tengo" que había cantado el flaco que nos regaló los vips de Sunset en la cabina del Dj. Me trasladé automáticamente al mamento en que le dije precipitadamente a Dani que lo había visto a él en las fotos que estaban pasando en la pantalla. Ella se rió y me dijo que no era posible, asi que seguimos tiradas en el sillón esperando que el karaokista lindo de los veintitantos nos sacara a bailar o se acercara lo suficiente como para poder sacarnos una foto con él. Volví en mi. Seguía sntada enla parada, con frío. Las chicas seguían sentadas a mi lado cuchicheando incomprensiblemente, los bondis de números erróneos seguían pasando, las luces del súpermercado Disco se habían encendido, o quizás ya lo estaban pero no las había notado, los flacos de la parada de enfrente seguían ahí. Uno de ellos se acomodaba el pelo y como con frío metía las manos en los bolsillos, caminando sobre sus pies y volteando hacia el lado opuesto del que yo observaba la llegada del 71 buscando acertarle a su número que lo llevaría directo a casa.Desde donde estaba distraje la mirada en él, su pelo y su forma se le parecían, pero ya había creído verlo en el boliche, lo que indirectamente me resultaba paranóico aunque no imposible. Lo miré durante unos segundos, hasta que volvió acomodarse el pelo. Un mechón caía como entrometido en el medio de su frente y le obstruía a medias la visión. Lo moldeaba con la mano y el viento destruía el acomodo, despeninando el resto de su pelo. Era él. Me paré y cruzando la calle me situé frente a su estática imágen. Lo miré a los ojos y miré su boca. No creía poder recordarlas tan bien como en ese momento las reconocía. Lo había olvidado. Esa sensación que me atravezaba, como de algo que realmente estaba yendo mal. Esa sensación que me exigía salir corriendo, en busca de algo más firme y más seguro, pero que a su vez, me paralizaba y me retenía. Querer sonreír y llorar por siempre jamás. Y nunca cerrar los ojos para no perderme de nada. Lo besé. Pero su mirada me atravezaba, y miraba más allá esperando algo fuera de mi alcance: él no podía verme. Por más que gritara su nombre y mi manera de nominarlo, no podía escucharme. Pero quizás, sí percibirme. Cerré los ojos como despertando. Seguía sentada en la parada den bondi, y ahí seguía él, esperando su 60. Reconocerte me dolió más que la última vez en que supe que no te iba a volver a ver. Y había algo en mi que aún así no podía cambiar. No podía buscarte. El 60 llegó sin más y te subiste. No solo la razón pedía a gritos que algo te hiciera verme a través de toda esa noche, del bondi, de la avenida y del alcohol que seguro tenías encima. Distiguí que entre tanta gente te sentaste en el último asiento a la derecha. Me causó gracia recordar, que la última vez que me subí al sesenta con vos también te sentaste ahí a falta de asientos libres. No ibas a verme, tu mente zumbaba en los oídos de otra. No quise sentirme mal por eso, no quise. Y te fuiste. Enterrando la última casualidad, de la que solo yo pude ser testigo.